De fondo se oía el incesante ladrido de un perro. Una y otra vez. Constantemente. La fría noche de invierno agotaba sus últimos minutos antes de permitir que el sol calentase un poco, solo hasta mediodía , la fría mañana, para volver a media tarde con sus gélidas heladas y dejar de nuevo las calles desiertas.
En su cama y sin pegar ojo todavía, miraba el reloj cada cinco minutos. La hora de levantarse estaba próxima, aquel día sería otro de aquellos, en que andaría arrastrándose de cansancio durante todo su largo recorrido. Después. De noche. Todo volvería a empezar. Vigilia, insomnio, vueltas a un lado, a otro... Llevaba sin conciliar una buena noche de sueño tanto tiempo que no lo recordaba. Cuando conseguía dormir un poco, ni así llegaba a descansar. Fuese cual fuese el transcurso de la noche, el resultado siempre era el mismo. Al día siguiente, cansancio, pesadez... no sabía cuánto tiempo más aguantaría aquella situación.