Abrí los ojos, no sabía dónde
estaba. Me sentía totalmente desorientado. Notaba el frío de aquel duro
suelo en mi espalda y un terrible dolor por todo mi cuerpo. Miré
fijamente en medio de la oscuridad para tratar de situarme, pero no fui
capaz de saber ni dónde estaba ni qué hacía allí. Permanecí, no sé
cuánto tiempo, intentando despejar las nubosidades que enturbiaban mi
visión y que poco a poco, lenta y vagamente fueron desapareciendo. Pude
distinguir al cabo de un momento, en medio de la penumbra, una gran
cantidad de luces que se abrían ante mi, allá a lo lejos, centelleando
felizmente a una distancia imposible de imaginar. Eran las hermosas
estrellas de una noche clara y despejada. Hacía muchos años que no las
veía así. Recordé cuando de pequeño íbamos al campo a visitar a mi
abuela. A mi me gustaba quedarme a ver las estrellas desde la puerta de
su casa. Desde allí, se podían distinguir perfectamente las
constelaciones, cosa que en la ciudad no era posible. Aquello me
encantaba y me gustó mucho aquel recuerdo. Me alegré y mi rostro trató
de sonreír, lo cual me trajo de nuevo al presente. Nada más mover un
músculo de mi cara, un fuerte dolor se apoderó de mi ser. Aquel dolor
recorría mis mandíbulas hasta envolverme el cráneo totalmente. Me quedé
paralizado... No sabía cual era el motivo de tan grande desgracia y en
aquellos momentos el dolor no me permitía pensar con claridad. Estuve
inmóvil un tiempo, no sé cuánto, respirando lo justo, lentamente, dado a
que así parecía que el dolor remitía. Iba cesando, lentamente, me
relajé, cerré los ojos y perdí el conocimiento...