Abrí los ojos, no sabía dónde
estaba. Me sentía totalmente desorientado. Notaba el frío de aquel duro
suelo en mi espalda y un terrible dolor por todo mi cuerpo. Miré
fijamente en medio de la oscuridad para tratar de situarme, pero no fui
capaz de saber ni dónde estaba ni qué hacía allí. Permanecí, no sé
cuánto tiempo, intentando despejar las nubosidades que enturbiaban mi
visión y que poco a poco, lenta y vagamente fueron desapareciendo. Pude
distinguir al cabo de un momento, en medio de la penumbra, una gran
cantidad de luces que se abrían ante mi, allá a lo lejos, centelleando
felizmente a una distancia imposible de imaginar. Eran las hermosas
estrellas de una noche clara y despejada. Hacía muchos años que no las
veía así. Recordé cuando de pequeño íbamos al campo a visitar a mi
abuela. A mi me gustaba quedarme a ver las estrellas desde la puerta de
su casa. Desde allí, se podían distinguir perfectamente las
constelaciones, cosa que en la ciudad no era posible. Aquello me
encantaba y me gustó mucho aquel recuerdo. Me alegré y mi rostro trató
de sonreír, lo cual me trajo de nuevo al presente. Nada más mover un
músculo de mi cara, un fuerte dolor se apoderó de mi ser. Aquel dolor
recorría mis mandíbulas hasta envolverme el cráneo totalmente. Me quedé
paralizado... No sabía cual era el motivo de tan grande desgracia y en
aquellos momentos el dolor no me permitía pensar con claridad. Estuve
inmóvil un tiempo, no sé cuánto, respirando lo justo, lentamente, dado a
que así parecía que el dolor remitía. Iba cesando, lentamente, me
relajé, cerré los ojos y perdí el conocimiento...
Aquel libro que estaba leyendo era muy interesante, me tenía completamente enganchado. No podía pasar una tarde sin sentarme a leer ni tan siquiera unas páginas, pero aun así, no deseaba para nada llegar al final. Tenía la sensación de no querer que aquella hermosa historia acabase nunca. Dicha novela me encantaba, hablaba de amor, honor, amistad y de buenos tiempos en la vida de unos pocos hombres que se dedicaban a la vida del campo en una lejana aldea imaginaria en ninguna parte, donde todo era perfecto, en donde todo el mundo tenía su lugar y donde se podía soñar despierto, y lo más importante, cada uno podía seguir sus sueños sin que nadie se los reprochase.
Aquella utópica aldea, según se describía en el libro, debía de ser lo más bello que alguien pudiese ver en su vida. Solo de imaginarla me daban ganas de remover el mundo y buscarla por todas partes. A menudo, después de leer un fragmento de la narración, cerraba el libro y me imaginaba a mí mismo, caminando por aquel precioso sendero que llevaba hasta la comunidad. Podía sentir en mi rostro la frescura de la brisa que atravesaba los arbustos frutales y que me traía su agradable y dulce aroma. Podía sentir el calor del sol del atardecer que teñía de tonos rojizos las puntas de las hojas de los nogales, robles, castaños... La maravillosa estampa vegetal culminaba con unas pequeñas pero acogedoras cabañas de madera armonizadas en medio de la naturaleza. Unos caminos de tierra comunicaban las cabañas unas con otras, y a los lados de los mismos, pequeños arbustos e infinidad de flores marcaban las rutas. Era un lugar perfecto para quedarse a vivir tranquilamente, lejos del bullicio de la ciudad, la contaminación, el estrés continuo... A mí, me parecía perfecto. Deseaba quedarme dormido y soñar eternamente con que encontraba aquella aldea y era aceptado para ser uno más. Me gustaba pensar que tenía una cabaña esperándome, con una mecedora en el porche donde leería libros maravillosos tomando una agradable taza de té... Me abracé al libro, me acurruqué en el sofá y cerré los ojos intentando que Morfeo me invadiese y me dejase soñar con aquello eternamente. Respiré profundamente, el calor de la chimenea me envolvía, me pesaban los ojos, seguí pensando en todo aquello...
... volví a recobrar el conocimiento, tenia frío. Sabía que no debía
y que no podía moverme bruscamente. Ésta vez debía tener cuidado, la
última vez que lo había hecho había perdido el conocimiento. Empecé por
visualizar mi cuerpo. Noté que tenía la pierna izquierda doblada hacia
atrás y el tobillo estaba debajo de mi muslo derecho, pensé en ella pero
aun así no intenté moverla. En principio no sentía dolor en ella, pero
por la postura, comprendí que si intentaba moverla me arrepentiría.
Pensé que la tenía rota. Hice memoria pero no recordaba qué había sido
lo que me había pasado para llegar a aquella situación. Seguí con mi
"análisis" físico. Notaba presión en el pecho y hacia la zona izquierda
de las costillas. Aquí notaba algún que otro pinchazo cuando respiraba,
sobre todo si lo hacía profundamente. Más hacia arriba, a no ser por la
mandíbula, no noté que nada más tuviese daños importantes. Después,
intenté mover los dedos de las manos. Lentamente y uno a uno los fui
moviendo todos. Noté los nudillos doloridos pero no era nada grave.
Entonces, más animado, palpé con mi mano derecha el suelo en el que
estaba tendido. Noté que era de tierra. Una tierra húmeda, suelta y con
hojas de árboles dispersas.
Moví un poco la cabeza y la giré hacia el lado derecho, pude ver un
pequeño terraplén que escalaba unos metros hacia lo que debía ser una
carretera. Mire más lejos y pude ver una pequeña humareda negra que
ascendía ligera hacia el firmamento. Me extrañó. Me fijé bien y pude
distinguir entre los peñascos el morro de un coche accidentado que
asomaba... No reconocí el coche... y perdí el conocimiento de nuevo...
Salía tarde del trabajo. Toda mi familia me estaba esperando para la
cena de celebración del cumpleaños de mi hija pequeña. Sería algo
especial si llegaba a tiempo. Llevaba unas semanas muy atareado y no
había tenido tiempo para nada. Por poco se me había olvidado incluso
recoger el regalo que le tenía encargado a mi pequeña. Pero lo había
conseguido y había encontrado lo que me había pedido. Seguro que se iba a
poner muy contenta. Estaba seguro.
Conducía de noche por aquella carretera, como en infinidad de
ocasiones. Sabía aquel trayecto de memoria, lo hacía todos los días para
ir y venir del trabajo. Quizás aquel exceso de confianza fue mi
perdición. Aquel recorrido me llevaría hacerlo unos veinte minutos, ya
era muy tarde y gracias a que no había apenas trafico a aquellas horas
podría hacerlo ligero. Aquello, me hizo comenzar sin darle
importancia al hecho de ponerme el cinturón de seguridad. No me lo puse.
Aunque siempre me lo ponía, aquel día no lo hice.
Iba escuchando música. Siempre tenía una recopilación de mis
canciones preferidas para, de camino a casa, ir desconectando del trabajo.
Aquel día algo me impulsó a cambiar el CD. Llevaba mucho tiempo con el
mismo y ya lo había aburrido. Me apetecía otro así que me puse a
buscarlo en la guantera. Miraba de refilón hacia la carretera para no
perderla de vista, y medio de lado hurgaba en la guantera en busca de
aquel CD. En aquel momento no vi ningún problema en aquello, iba
despacio y controlaba la situación. Encontré el disco y lo cambié por el
que había en la radio guardando éste también en la guantera.
-Todo controlado -me dije.
Cuando volvía de cerrar la guantera se me desvió un poco el coche invadiendo el carril contrario. En aquel preciso instante un camión de transporte de madera venía en sentido contrario, lo cual me obligó dar un giro brusco para retomar mi carril. Pasamos muy cerca el uno del otro. Cuando nos cruzamos oí un fuerte pitido que el camionero me dedicaba enérgicamente. No lo vi, pero me imaginé al típico y grueso camionero, remangado hasta los codos, braceando en la cabina y echando pestes contra mí. No me extrañaría. Menudo despiste había tenido. Por poco, por mi culpa, casi ocasiono un disgusto para ambos.
-Bueno -me dije-, no ha pasado nada. Sigamos con tranquilidad hasta casa que ya falta poco.
Seguí conduciendo pero por mi cabeza comenzaron a pasar imágenes de aquel camión. Pasamos muy justos. Entonces mi respiración empezó a entrecortarse. Mis piernas flaquearon y se quedaron sin fuerzas. No era capaz ni de pisar los pedales del coche el cual empezó a perder velocidad. Los brazos me pesaban toneladas y me di cuenta de que tenía que hacer un esfuerzo sobre humano para guiar el volante. Pensé en que aquello sería una reacción del todo normal de mi cuerpo después de haber pasado por aquel trance con el camión, que sería el bajón de adrenalina. Traté de relajarme e intenté respirar profundamente. Parecía que el efecto se iba pasando y podía notar como mis piernas empezaban a querer responderme.
-Todo controlado -me dije.
Cuando volvía de cerrar la guantera se me desvió un poco el coche invadiendo el carril contrario. En aquel preciso instante un camión de transporte de madera venía en sentido contrario, lo cual me obligó dar un giro brusco para retomar mi carril. Pasamos muy cerca el uno del otro. Cuando nos cruzamos oí un fuerte pitido que el camionero me dedicaba enérgicamente. No lo vi, pero me imaginé al típico y grueso camionero, remangado hasta los codos, braceando en la cabina y echando pestes contra mí. No me extrañaría. Menudo despiste había tenido. Por poco, por mi culpa, casi ocasiono un disgusto para ambos.
-Bueno -me dije-, no ha pasado nada. Sigamos con tranquilidad hasta casa que ya falta poco.
Seguí conduciendo pero por mi cabeza comenzaron a pasar imágenes de aquel camión. Pasamos muy justos. Entonces mi respiración empezó a entrecortarse. Mis piernas flaquearon y se quedaron sin fuerzas. No era capaz ni de pisar los pedales del coche el cual empezó a perder velocidad. Los brazos me pesaban toneladas y me di cuenta de que tenía que hacer un esfuerzo sobre humano para guiar el volante. Pensé en que aquello sería una reacción del todo normal de mi cuerpo después de haber pasado por aquel trance con el camión, que sería el bajón de adrenalina. Traté de relajarme e intenté respirar profundamente. Parecía que el efecto se iba pasando y podía notar como mis piernas empezaban a querer responderme.
De repente, a mi izquierda un destello me llamó la atención. Giré la
vista rápidamente y vi un ciervo que saltaba a la carretera
descontrolado y se dirigía directamente hacia mí. El reflejo me hizo
mover el volante bruscamente pero todavía no controlaba bien mis brazos.
Me seguían pesando mucho, parecía que estaban entumecidos lo que
provocó que el coche se saliera de la carretera sin control chocando con
los laterales y dando bandazos a un lado y a otro. En aquellas
fracciones de segundo comprendí que no podía hacer nada. Mis movimientos
eran lentos y descoordinados. Mi cabeza se tambaleaba bruscamente al
son de los bandazos que daba el coche, ahora sin control. Mis manos
soltaron el volante y mis brazos descontrolados empezaron también a
bailar aquella danza. En uno de aquellos vaivenes mi cuerpo abandonó el
asiento del conductor y como si fuese un muñeco de trapo anduve todo el
interior del coche dándome golpes en todas partes. En uno de aquellos,
mi cabeza se golpeó con una ventanilla y perdí la consciencia...
Un suave balanceo me despertó. Noté aquella pequeña y cálida mano en mi pecho y su dulce voz diciéndome:
-Despierta, venga. Vete a la cama que mañana tienes que madrugar.
Abrí los ojos y pude verla. Allí estaba delante de mí, en pijama.
Volví de mis sueños y la observé en silencio. Era preciosa, delicada.
Aquella hermosa cara me miraba sonriente y con cariño.
-Venga, no te hagas el remolón -me dijo dulcemente.
-Si... ya voy cariño -dije-. Voy ahora.
Mi mujer se giró y de camino a la habitación me dijo:
-Te espero en cama, ¿vale?
-Vale. Voy a darles un beso a los peques y voy ahora.
Miré a mi alrededor. La chimenea ya estaba apagada y empezaba a
hacer fresco. Miré el reloj de pared del salón, era realmente tarde. Me
incorporé en el sofá y al hacerlo oí un golpe en el suelo. El libro que
estaba leyendo se cayó de mis rodillas. Lo cogí y recordé.
-Ah, el libro... de la aldea -me dije.
No lo recordaba pero seguramente que me había quedado dormido soñando con aquel maravilloso paraje. Me levanté y fui a la habitación de los peques a darles, en silencio, un buen beso de buenas noches. Al día siguiente tenía que levantarme muy temprano y no los vería. Allí estaban. Durmiendo dulcemente. Los arropé y los besé en las mejillas.
No lo recordaba pero seguramente que me había quedado dormido soñando con aquel maravilloso paraje. Me levanté y fui a la habitación de los peques a darles, en silencio, un buen beso de buenas noches. Al día siguiente tenía que levantarme muy temprano y no los vería. Allí estaban. Durmiendo dulcemente. Los arropé y los besé en las mejillas.
-Mañana cuando vuelva será muy divertido -me dije.
Era el cumpleaños de la pequeña y teníamos planeada una gran cena. Ya tenía ganas de ver su dulce cara cuando viese el regalo. Había encontrado lo que me había pedido, por fin, después de mucho buscar. En la tienda no lo tenían pero me lo habían encargado y mañana antes de volver a casa pasaría a recogerlo. Sería perfecto.
Era el cumpleaños de la pequeña y teníamos planeada una gran cena. Ya tenía ganas de ver su dulce cara cuando viese el regalo. Había encontrado lo que me había pedido, por fin, después de mucho buscar. En la tienda no lo tenían pero me lo habían encargado y mañana antes de volver a casa pasaría a recogerlo. Sería perfecto.
De vuelta a la habitación fui apagando las luces que todavía
quedaban encendidas y cerrando algunas puertas. Cuando llegué a la
habitación, ella ya se había quedado dormida y me había dejado encendida
la lámpara de mi mesilla. Entré despacio y sin hacer ruido, me desnudé y
me metí en cama. Me acerqué a ella y la abracé suavemente. Estaba
caliente. La besé en la nuca. El aroma de su pelo me embriagó. Me quedé
así un rato, reconfortado. Abrazándola hasta que por fin me quedé
dormido.
... no sé cuánto tiempo pasó desde la última vez que me desmayé pero
cuando recobré la consciencia ya no tenía frío. Aquello me preocupó
mucho. Mi cara seguía orientada hacia el terraplén, mirando a aquel
arrugado coche que todavía humeaba. En aquel momento recordé vagamente
lo que me había pasado. Recordé el cumpleaños de mi pequeña princesa,
y que me estarían esperando. Me di cuenta de que si no recibía ayuda
rápidamente aquello sería el final de mis días. Ahora, después de todo,
decidí intentar moverme asumiendo cualquier dolor que pudiese invadirme.
Tenía que llegar al coche. El teléfono estaría allí... pero no pudo
ser. Mi cuerpo no respondía a ninguna de mis órdenes. Lo más que
conseguí fue girar la cabeza y seguir mirando al firmamento.
Cuando creí que todo estaba perdido, oí ruido de pisadas a mis
espaldas. Me pareció que varias personas se dirigían hacia mí. Quise
gritar para pedir auxilio pero mi cuerpo ya no me respondía. Mis retinas
estaban fijas en el firmamento, observando las hermosas estrellas, sin
inmutarse. En mi mano derecha, la suave brisa, intentaba arrancarme una
hoja de entre los dedos. Los pasos se detuvieron cuando ya estaban muy
cerca. No oí voces por ninguna parte. El silencio, en aquel momento, lo
envolvió todo. Yo seguía allí queriendo moverme con todas mis fuerzas
pero no lo conseguía.
Noté como alguien cogía mis piernas y las enderezaba. Cogieron mis
brazos y los estiraron a lo largo de mi cuerpo. Entre varios me
acomodaron en una camilla y me elevaron. Desde aquella posición, la
brisa era más fresca y perfumada. Entonces, con un agradable vaivén,
noté que mi cuerpo era transportado suavemente. Al cabo de un rato, las
estrellas empezaron a dejar de verse por momentos. Algo las tapaba en
ocasiones. Vi la luna. Redonda y preciosa con su blanca luz. Entonces me
di cuenta de que lo que tapaba las estrellas eran las ramas de los
árboles. Me estaban introduciendo en el bosque.
Después de un serpenteante camino, noté que descendíamos
ligeramente. Los pasos de mis porteadores se aligeraron y la marcha fue
más ágil. Allí, volví a ver las estrellas y la hermosa luna llena
claramente. El aire traía ahora ricos olores. En el firmamento, se
vislumbraba el amanecer, rojizo y hermoso rompiendo un nuevo día. Pude
oír el canto de los pájaros y sentir su revoloteo muy cerca. Seguimos
avanzando hasta llegar a un precioso camino guardado por preciosos
arbustos frutales. Algo en mi interior estalló. Reconocí aquel lugar.
Aquel sendero. Aquellos aromas. La hermosura.
Mis salvadores siguieron el camino hasta llegar al pie de una
vieja cabaña de madera. Tenía un pequeño porche de madera en la entrada y
allí, una taza de té me esperaba en aquella pequeña mesa. Me bajaron de
la camilla y uno de ellos me cargó a hombros. Subió los tres peldaños
que ascendían hasta la entrada y me sentó en una mecedora al lado de la
mesa. Me tapó las piernas con un cálida manta hecha de punto, me acomodó
un libro en mis rodillas y se marchó...
La Cabaña por Tony A. Fabeiro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Me ha encantado Tony, una historia que te engancha desde el principio hasta el final.
ResponderEliminarGracias por tus comentarios en mi blog y por dejar las huellas para poder llegar hasta aquí. Me ha gustado tu blog mucho, tienes esa cosa que se necesita para contar historias, para llevarnos de la mano hasta el punto que tú quieres recalcar.
Un abrazo grande,
Eva.
Muchas gracias por venir a leerme. Agradezco mucho tus comentarios y no sabes cuánto me alegro de te guste tanto el relato como el blog.
ResponderEliminarSeguiremos leyéndonos...
Un abrazo
Buena historia Tony.
ResponderEliminarMe gusta porque consigues que el lector se inquiete ante lo que está leyendo. Y eso no es fácil.
Nos seguimos leyendo. Un saludo.
Gracias por venir y dedicarme tu tiempo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Coincido con los demás comentarios. Tienes ese don de atraparnos a traves de tus letras. eso es muy bueno.
ResponderEliminarUn saludo
Carlos
Muchas gracias por tu comentario. Me alegro de que te guste. Un fuerte abrazo.
EliminarExcelente historia, comienza pareciendo un poco simple (o esa impresión me dio) pero rápidamente se torna en una historia que te atrapa y la cual no quieres dejar de leer, muy buen relato en verdad.
ResponderEliminarGracias por venir hasta aquí y dejar el comentario. Seguimos en contacto.
EliminarUn saludo.
Buena historia, sobre todo bien contada, casi perfecta, a no ser por su extensión.
ResponderEliminarQuizás no entendí, ¿tiene otros capítulos?.
Saludos amigo.
ROBER
Hola Roberto, de esta historia no hay más capítulos aunque se podría seguir hasta el infinito... Como con todas.
EliminarGracias por venir hasta aquí y dejar tu comentario
Un saludo
Realmente atrapante historia que te va llevando por senderos que como el libro "La Cabaña" no deseas abandonar. ¿Cuántas veces uno sintió esos deseos?. Muy bueno y muy bien logrado el final, al igual que el desarrollo de la historia. Un saludo.
ResponderEliminarHola Mirta, muchas gracias por tu comentario. Me alegra mucho que te guste.
EliminarTe dejo un fuerte abrazo.
Hola Tony, gracias por visitar mi blog y por tu comentario.
ResponderEliminarAhora soy yo la que habla de tu relato, me ha encantado!!!! Tu forma de expresar el dolor, la angustia, esa intriga por lo que va a pasar nos mantiene en vilo hasta el final.
Esa mezcla del mundo de los sueños con lo real, esa cabaña casi mágica, especial, quizás con la que soñamos todos-as los que escribimos, una especie de lugar para bohemios: con su chimenea, su porche, su hamaca, el te...un lugar desde donde se pueden ver las estrellas, las constelaciones...es que no has dejado detalle.
Por un momento he imaginado ese lugar, esa cabaña y he estado allí, esa sensación de incluirnos, formar parte del relato, creo la hemos sentido tod@s l@s que lo hemos leído.
Un abrazo.
Felicitaciones.
Seguimos en contacto.
Muchas gracias por tu comentario, es muy halagador. Me alegra mucho que te guste.
EliminarComo bien dices, seguimos en contacto.
Un abrazo