De fondo se oía el incesante ladrido de un perro. Una y otra vez. Constantemente. La fría noche de invierno agotaba sus últimos minutos antes de permitir que el sol calentase un poco, solo hasta mediodía , la fría mañana, para volver a media tarde con sus gélidas heladas y dejar de nuevo las calles desiertas.
En su cama y sin pegar ojo todavía, miraba el reloj cada cinco minutos. La hora de levantarse estaba próxima, aquel día sería otro de aquellos, en que andaría arrastrándose de cansancio durante todo su largo recorrido. Después. De noche. Todo volvería a empezar. Vigilia, insomnio, vueltas a un lado, a otro... Llevaba sin conciliar una buena noche de sueño tanto tiempo que no lo recordaba. Cuando conseguía dormir un poco, ni así llegaba a descansar. Fuese cual fuese el transcurso de la noche, el resultado siempre era el mismo. Al día siguiente, cansancio, pesadez... no sabía cuánto tiempo más aguantaría aquella situación.
Aquella noche, no pudo resistirse. El ladrido del perro le incomodaba demasiado como para mantenerse en cama escuchando sin más. Se levantó y miró por la ventana. Daba al pequeño callejón de atrás. La única farola que iluminaba aquel apartado rincón no era suficiente para dejar ver con claridad todos los recobecos. Allí abajo, aparentemente, no había nada. Buscó con la mirada. Escrutando cada centímetro de aquella pequeña calle sin salida. Las sombras que se formaban adoptaban diversidad de formas ante sus ojos e intenta descifrarlas. Buscaba alguna que diese una explicación a lo que ocurría. Al fondo, vio una que se movía agitada. Adelante, atrás... Pero no distinguía qué podría ser. Allí abajo había algo y en segundo plano, los cansinos ladridos de aquel perro que a cada minuto que pasaba se le metían más hondo en su cabeza y minaban su paciencia.
Se apartó de la ventana harto de aquello. Bufó. Se sentó en la cama y se mantuvo con la mirada perdida en el infinito. Escuchando. Cada vez oía aquellos ladridos más cerca, más dentro de su cabeza. Más pesados... Se levantó bruscamente y se fue al baño. Se lavó la cara enérgicamente. Miró su reflejo en el espejo.
—Menuda cara —pensó.
Miró su reloj de pulsera. Faltaba media hora para que empezase otro día agotador. Decidió darse una buena ducha para espabilarse. Así lo hizo. Abrió el grifo y mientras el agua calentaba fue a la habitación y preparó su ropa. Aquel maldito perro seguía ladrando y ladrando.
— ¿Es que no tienes dueño?, ¿es que no te cansas? —dijo al aire como si el perro pudiese oírle desde allí—. ¡Cállate de una vez! —dijo dirigiéndose hacia la ventana mientras cerraba la puerta del ropero.
Una vez que su ropa estuvo lista se metió en la bañera. El agua casi hirviendo resbalaba por su cuerpo enrojeciendo su piel casi al momento. Quería notar calor. Mucho calor a poder ser. Acompañando a sus cansadas noches de insomnio siempre sentía un incomodo frío y humedad que le ponían de mal humor. Se sentía entumecido y era incapaz de entrar en calor. Cuando terminó de ducharse, se vistió y salió del baño. Estaba listo para ir al trabajo. Le sobraba tiempo. Llegaría de primero, otra vez, viendo desde su rincón como iban llegando todos, poco a poco. No hablaría con nadie, como últimamente. Llevaba un tiempo que no se relacionaba con nadie. No tenía ganas ni fuerzas. También tenía papeles atrasados encima de su mesa y un montón de trabajo atrasado que no era capaz de sacar adelante. La verdad es que ni lo intentaba. No se sentía con fuerzas. Estaba demasiado cansado. Simplemente se sentaba en su despacho a dejar pasar las horas, ansiando el momento de irse a casa para intentar, durante otra larga noche más, conciliar el sueño.
Aquella mañana decidió ir andando al trabajo. Tenía tiempo más que de sobra. Cuando se vio en la calle, oyó de fondo los ladridos del perro. Suspiró.
—Maldito perro —dijo en voz baja.
Miró el reloj. Tenía tiempo para ir a echar un vistazo al callejón. Así lo hizo. Empezó a caminar para dar la vuelta a la manzana y, por detrás, acceder al lugar. A medida que se aproximaba, los ladridos del perro se oían más cerca. Apuró el paso y al poco rato encaró la entrada. Estaba oscuro. Miró desde allí, antes de avanzar, cada rincón. Observó por donde había visto agitarse aquella sombra. Le pareció ver de nuevo que algo se movía. Se acercó un poco. Aquella sombra, parecía la de un perro, que excitado le ladraba a algo. Siguió avanzando, lentamente. Había un hueco en donde estaban los contenedores de la basura y aquella zona estaba envuelta en las sombras. Allí había algo. Se acercó más. Empezaba a ponerse nervioso. Cuando estuvo muy cerca ya, los ladridos cesaron y la sombra paró de moverse. Pensó en que igual el perro le había oído llegar y le esperaba en la oscuridad para atacarle. Se mantuvo alerta mientras avanzaba. Todo permanecía en silencio. Entonces, en medio de la penumbra, en el suelo, sobresaliendo de un lateral de un contenedor de la basura, vio unos pies. Se detuvo. Allí había alguien, sentado o acostado. Avanzó un poco más sin sacar ojo de encima a aquellas botas del cuarenta y tres. Los pantalones de aquella persona estaban empapados, aquella noche había llovido durante horas. Se detuvo de nuevo y pronunció:
— ¿Oiga?, ¿está usted bien?, ¿necesita ayuda?
Pero no hubo respuesta. Esperó un poco y volvió a avanzar. Observó el entorno, buscando rastros de perro pero no vio nada por ninguna parte. No se lo explicaba. Aquel rincón no tenía salida, si estuviese allí, tendría que estar delante de sus narices. Avanzó más hasta que dobló por completo la esquina del contenedor. Allí estaba. Sentado. Recostado contra la pared. Desde allí no lograba verlo de cintura para arriba ya que quedaba totalmente metido en la sombra. Pensó en que sería un borracho durmiendo la mona. Volvió a hablarle:
—¡Eh!, ¡está usted bien?, ¿necesita ayuda?
No respondía. Solo había silencio. Empezó a pensar que aquello no se trataba de un pesado sueño ni una grave borrachera. Pensó en llamar una ambulancia pero debía asegurarse de que aquel individuo no estaba plácidamente dormido. Miró el reloj. Se sorprendió del tiempo que había pasado. Aún no amaneciera del todo pero ya llegaría tarde.
—Mejor —pensó— para lo que voy a hacer...
Se acercó más y le dio un golpecito con el pie. Cuando tocó aquella bota, el pie se giró de lado, inerte, sin fuerza vital. Suspiró de nuevo.
— Dios mío, menudo marrón, ya verás —se dijo.
Se agachó lentamente y tocó uno de los pies con la mano. Palpó la pierna hacia arriba y tropezó con la mano de aquel hombre que descansaba inerte sobre su muslo. Estaba especialmente fría. Le dio un apretón al mismo tiempo que decía:
— ¡Eh!, despierte. ¿Necesita ayuda?
Pero no respondía de ninguna manera. Levantó aquella gélida extremidad y sostuvo aquel peso muerto. Al hacerlo, salió de las sombras y la luz la tocó. Pudo verla. Azulada. Fría. Rígida. Las venas del dorso estaban ennegrecidas, parecían estrías de oscuro veneno. Ya no albergaba ninguna duda, aquel individuo estaba muerto. Llamaría a una ambulancia, a la policía y definitivamente... faltaría al trabajo.
Soltó aquella mano e intentó levantarse pero ésta, no se separó de la suya. Abrió los dedos y sacudió, como quien se sacude algo asqueroso, pero no le soltaba. Aquella mano parecía que se agarraba con fuerza a la de él. Se asustó. Intentó levantarse pero no podía superar aquella fuerza. Miraba hacia el cadáver pero su torso y su cara no eran visibles entre las sombras. Un sinfín de escalofríos empezaron a recorrer su cuerpo de arriba a abajo. Intentó dar un impulso con las piernas para ponerse de pie y arrancarse a sí mismo de allí pero al intentarlo se desestabilizó y se cayó hacia adelante, dándose fuertemente con la cabeza contra la pared y quedándose sentado en el suelo al lado del cadáver. Cerró los ojos. Notó un fuerte dolor y sintió como un hilo de sangre le resbalaba por la frente.
—Lo que me faltaba —pensó.
Se había quedado sentado, al lado de aquel cuerpo sin vida. Quería mover la cabeza a su derecha para mirar pero no se atrevía. Estaba aturdido y aterrorizado.
—Venga, tranquilo —se dijo a media voz—, está muerto, no puede hacerte nada.
Juntó todas sus fuerzas y giró la cabeza. Vio el roído metal del contenedor de basura. Alzó su mano y lo tocó para estar seguro. Sí. Era el contenedor. La dejó caer y descansó sobre su muslo. La miró. Notó como sus fuerzas le abandonaban. Tenía frío. Empezó a llover y notó cómo rápidamente su ropa se empapaba. Siguió con la mirada sus piernas extendidas y al llegar a los pies, reconoció aquellas botas del cuarenta y tres.
— ¡Mierda! —se dijo.
Entonces, elevó los ojos y se quedó contemplando, con la mirada perdida, la pared de enfrente. Desde la sombra. Al cabo de un rato, le pareció oír que algo se aproximaba. Se mantuvo inmóvil, inerte, sin moverse y sin saber si sería capaz de hacerlo. Oyó un jadeo, una respiración entrecortada que se iba acercando cada vez más al lugar donde yacía. Olfateando. Cuando por fin dobló la esquina del contenedor, pudo verlo. Allí, delante de él, apareció un perro que lo olfateaba y al momento empezaba a ladrar incesantemente, agitado, pidiendo auxilio...
... Cerró los ojos...
... de fondo se oía el incesante ladrido de un perro. Una y otra vez. Constantemente...
Ladridos en el callejón por Tony A. Fabeiro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Muy bueno Tony, me ha encantado como nos llevas de la mano hasta ese final increíble. Una vez que empiezas a leer no puedes dejar de hacerlo.
ResponderEliminarUn abrazo muy grande,
Eva.
Hola, Eva. Muchas gracias por venir hasta aquí y sobre todo por tu comentario. Me alegro mucho de que te guste.
EliminarUn fuerte abrazo.
La verdad es que engancha. Y tiene más o menos la longitud que debe tener un relato (en mi opinión, claro).
ResponderEliminarTe copio y pego una frase porque creo que contiene un error:
"Soltó la aquella mano e intentó levantarse pero aquella, no se separó de la suya."
Un saludo.
Es cierto, hay un error, se me ha colado el primer "la", gracias por avisarme y por supuesto gracias por venir a un momento de lectura...
EliminarUn fuerte abrazo
tienes el arte de narrar detalle por detalle.
ResponderEliminarmuy buen relato.
Carlos
Muchas gracias, me alegro de que guste.
EliminarUn fuerte abrazo
Muy interesante como sostienes la tensión hasta el final, bastante diferente del que me imaginé, lo cual no lo hace predecible.
ResponderEliminarYo también escribo cuentos, te invito a que pases por mi blog y espero que te guste.
Muchos saludos desde Buenos Aires
Hola Mirella, me alegro de que te unas a un momento de lectura. Como ya he dicho en alguna ocasión... Ponte cómoda, estás en tu casa. Eres bienvenida.
EliminarMe alegro mucho de que te guste el relato, muchas gracias por el comentario. Por supuesto pasaré por tu blog a echar un vistazo.
Un fuerte abrazo.
Gracias Tony por tu comentario en el capitulo 4 de la hija del mal, sí, en realidad es una escena que deja ver a cada personaje y como va evolucionando a lo largo de la historia.
ResponderEliminarQué bueno que te sentaste en un rincón y viste las imágenes. Escuchar eso da mucho aliento para seguir adelante.
Gracias una vez más y un fuerte abrazo
Carlos
No hay de que. Aprovecho esta respuesta para recomendarles a todos los lectores que se pasen por tu blog y echen un vistazo. Podréis encontrarlo en el listado de blogs que sigo.
EliminarUn abrazo a todos, felices fiestas y hermosas lecturas.
Amigo, te deseo de todo corazón una lindas fiestas navideñas y que el próximo año 2013 llegue lleno de éxitos para ti y los tuyos
ResponderEliminarun gran abrazo desde México
Carlos
He venido a desearte Felices Fiestas y que el Año Nuevo venga lleno de cosas buenas para todos tus seres queridos y para ti también.
ResponderEliminarFeliz Navidad!!!
Un abrazo grande,
Eva.
Increíble... me encantan tus relatos... sabes mantener la inquietud y sorpresa hasta el final... Saludos!
ResponderEliminarMuchas gracias por venir hasta aquí. Me encanta que os gusten los relatos y la manera que tengo de contar las historias... Un abrazo
EliminarSeñor Tony lo sigo afirmando sencillamente exquisito, me llena de emoción sus letras.
ResponderEliminarun fuerte abrazo
Muchas gracias. Es un placer recibir un comentario así.
EliminarUn fuerte abrazo
Genial!!! Me ha encantado. Me he quedado enganchada a la historia hasta el sobrcogedor final!!!
ResponderEliminarun abrazo
Muchas gracias Elva, tu comentario me enorgullece. Gracias de nuevo.
EliminarUn abrazo
Me ha enganchado hasta el final, y eso que quería dejarlo para otro rato porque tenía prisa, pero no pude, jeje, me atrapó.
ResponderEliminarGenial!
Un abrazo
Rosa.