Había pedido al camarero que le trajese un periódico para ojearlo mientras tanto. Tenía todo el tiempo del mundo. Desde que se había jubilado no tenía mucho que hacer y tiempo, era algo que le sobraba. Aquel camarero le llevó a la mesa el diario y lo saludó como siempre. Era uno de los más veteranos. A pesar de que aquel local había sufrido varias reformas y cambiado de dueños, ese camarero había sobrevivido y formaba parte perpetua de aquel escenario. Era la marca indiscutible de que se encontraba allí, en el lugar de siempre.
Aquel día de muchos, un desconocido se le acercó y le pidió permiso para sentarse con él. Al principio se extrañó y estuvo a punto de darle una negativa por respuesta. No lo conocía de nada.
Pero después de pensárselo durante un instante, accedió amablemente. Podría ser interesante.
Miró a aquel extraño de arriba a abajo, escrutando su apariencia mientras tomaba asiento. Era un chico joven, no llegaría a los dieciocho. Pensó en que por la diferencia de edad, podría ser su padre. Al joven se le veía preocupado, no hacía más que mirar, nervioso en todas direcciones.
- ¿No te habrás metido en un lío?- le preguntó.
- ...no... bueno...- titubeó el chico.
Entonces, decidió dejar las cosas claras desde el principio. No quería complicaciones, así que le dijo:
- Si quieres charlar, no tengo ningún inconveniente, pero no quiero problemas. ¿Me has entendido?.- dijo mientras cerraba el periódico y lo dejaba lentamente en un extremo de la mesa.
- Eee... si. No tiene porqué preocuparse, se lo prometo.- dijo con voz temblorosa.
- Bueno, pues... ¿Eres de por aquí?...- dijo entablando conversación.
El joven se pasó las manos por su enmarañado cabello castaño, se frotó sus rojizos ojos y suspiró largamente. Miró a aquel extraño y cuando sus ojos se cruzaron con su mirada, los apartó rápidamente y se giró de medio lado. Rehuyendo.
- A ver- dijo mientras tomaba un sorbo de café.- Tranquilízate. Quieres tomar algo... Yo te invito.
- No. Perdone. Tengo dinero... ya que es tan amable de acogerme en su mesa y me permite hacerle compañía, deje que yo le invite.
Aquel chico le pareció muy educado. Sí señor, unos buenos modales, como a él le gustaba. Siempre había entendido las diferencias entre generaciones pero una de las cosas que siempre echaba de menos era el desaparecido respeto de los jóvenes a los mayores. En su época aquella disciplina había sido grabada a fuego y era algo que en los días de hoy se hacía difícil de encontrar. Pero aquel chico, la tenía. Eso le hizo relajarse y abrirse hacia él.
- Pues me parece bien- respondió con una sonrisa. - Pídeme otro café. Solo, por favor.
- Muy bien. Yo tomaré lo mismo.
El chico se levantó y entró en el bar para encargar la consumición. Al poco rato salió y volvió a sentarse en la terraza. Entonces el señor retomando la conversación le preguntó:
- ¿Eres de por aquí?
- Pues sí,- respondió- vivo un par de calles más abajo.
- Ah, que suerte, esta es una zona muy bonita. Yo diría que de mis favoritas en esta ciudad. Y a qué te dedicas, estudias, ¿no?.
- No. Ahora mismo no puedo estudiar. He tenido que dejar los estudios para ayudar en casa.
- Pues que pena. Lo siento mucho. Pero no desesperes, seguramente podrás retomarlos más adelante. Nunca es tarde.
- Ya. Eso ya lo sé pero ahora no es posible. Es necesaria mi ayuda en casa...
- Y... si puede saberse, ¿cuál es el problema?, ¿económicos, tal vez?
- No, gracias a Dios, tenemos dinero. Es por cuestión de cuidados...
- Ah, entiendo.- interrumpió- Seguramente tienes un familiar enfermo al que has de cuidar.
- Pues, si. Exactamente eso. No me queda tiempo libre para nada. He de estar todo el día cuidándole.
- ¿Y ahora?, estás descansando un poco, me imagino. Desconectando.
- Claro. Hay que tomarse algún respiro. Tomarse un poco de tiempo para uno mismo. Y siempre suelo acabar aquí, en esta mesa de esta terraza. Tomando un buen café, antes de volver a casa.
- Eso me gusta. Este bar me gusta. Yo también suelo venir muy a menudo desde hace ya muchos años. Sin embargo, no me doy cuenta de haberte visto antes.
- No se dará cuenta. Yo a usted si que le recuerdo de otras ocasiones.
- Bueno, has de perdonar a este pobre viejo. Ya se sabe que a ciertas edades la memoria... juega malas pasadas.
- Pues la verdad es que si. Pero no se preocupe.
Entonces se formó un largo silencio en aquella terraza. Los dos se miraban sin decir nada. Él miraba a aquel joven con pena. Parecía buen chico y además educado. Sentía mucho el hecho de que no pudiese llevar a cabo su vida por estar cuidando de un familiar.
El joven, seguía preocupado, nervioso. Debía decirle algo a aquel hombre y no sabía cómo. Estaba cayendo la noche y se hacía tarde. Debía irse. Entonces se dirigió a él, tranquilo pero con tono serio.
- Bueno, tenemos que irnos. Empieza a hacer frío. Si es tan amable, podría acompañarme?.
- ¿Yo?, ¿acompañarte?. ¿Porqué iba a hacer eso?, no nos conocemos de nada.
- Venga, no me lo pongas más difícil. Por favor.
- No entiendo nada. ¡Pero quien te crees que eres!
- Venga conmigo- insistió- por favor. Le llevaré a casa.- dijo mientras se levantaba y le cogía por un brazo.
- ¡Déjeme!- le gritó, mientras de un tirón se soltaba. - ¡No me toque o llamaré a la policía!
- Por favor... Papá. Deja que te lleve a casa...
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No hay nada como un café y una buena lectura para las tardes lluviosas...
ResponderEliminarPues la verdad es que si. Muchas gracias por venir hasta aquí y pasar un momento conmigo...
ResponderEliminarUn saludo y hasta la próxima
Hola Tony, llego a tu sitio por un comentario tuyo en el blog de Maria Eva.
ResponderEliminarCon tu permiso me quedo para seguirte, muy bueno el relato.
Te dejo un fuerte abrazo desde Uruguay!
Muchas gracias por venir y por supuesto mi más cálida bienvenida a un momento de lectura.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Me ha estrujado. Ni idea hasta lo de "Debía decirle algo a aquel hombre". Me gusta.
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegro mucho de que guste el relato. Aprovecho para darte mi más cálida bienvenida a Un momento de lectura, estás en tu casa... Pónte cómoda.
EliminarUn fuerte abrazo.
Yo que estoy acostumbrada a los finales de vértigo no intuí este.
ResponderEliminarSe me ha quedado un regusto agridulce con este texto y por la situación que cuentas. Yo la he vivido en primera persona con mi padre. Muy bien escrita.
Un abrazo muy grande,
Eva.
El relato es duro, y si el que lo lee lo ha padecido pues... en fin. Pero el título, es un claro homenaje a todas las personas que se han visto y que se ven inmersas en situaciones parecidas. En casos así, son los cuidadores los que sufren y los que gracias a su fortaleza y su capacidad de lucha, consiguen salir adelante. ¡Ánimo desde aquí a todas las personas que sufren éste tipo de enfermedades y a sus cuidadores!... que en muchas ocasiones pasan desapercibidos y son los que realmente llevan la carga.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo María Eva.
Bello relato. Sobrecogedor
ResponderEliminarHola Elena, muchas gracias por tu comentario.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
me quede un poco intrigada por el final. con hambre de mas. jeje pero buenisimo no despegaba los ojos de el.
ResponderEliminarHola, bienvenida a unmomentodelectura. Me alegro de que te gustase. Muchas gracias por dedicarme tu tiempo. Un saludo.
EliminarBuen relato con un inesperado final, bello. He escrito algunas cosas y me encanta leer buenas historias, buen blog, saludos desde Colombia.
ResponderEliminarMuchas gracias y bienvenido a ésta que también es tu casa. Ponte cómodo y disfruta de Un Momento de Lectura. Un abrazo.
EliminarUfffff...me he emocionado...es una triste realidad que me ha tocado vivir de cerca. Perder los propios recuerdos es lo peor que nos puede pasar.
ResponderEliminarun abrazo
Los recuerdos lo son todo. Gracias por venir hasta aquí. Un saludo.
EliminarMe a encantado, como todos los relatos tuyos que he leido, pero el final es inesperado, lo que no te imaginas sucede. Un abrazo Tony
ResponderEliminarGracias María Teresa, un placer que te haya gustado. Te dejo un fuerte abrazo
EliminarMuy buen relato. Muy emotivo. Me transporté a esa terraza, vi el bar y sentí la tensión crecer entre los personajes envueltos en el aroma del café mientras la tarde moría.
ResponderEliminarGracias, me siento afortunado de haber conseguido transportarte allí.
EliminarUn fuerte abrazo
Me sorprendió el final, no me esperaba a eso. Pero me emocionó mucho. Me imagino que es muy duro pasar por esa situación, que tu propio padre no te reconozca y tener que dejar todo para quedarte con él. Pero al fin y al cabo, es nuestra obligación de hijos cuidar a nuestros padres así como ellos también dejaron todo por nosotros y lucharon para que nos vaya bien, con todas sus fuerzas. Gracias por este bonito relato! Saludos.
ResponderEliminarNo hay de que, gracias a ti por dedicarme tu tiempo. Me alegro de que te guste.
EliminarUn fuerte abrazo.
Como siempre Tony tus relatos tan buenos, no sabria cual elegir pues todo lo que escribes me gusta, y el final buenisimo no te lo esperas, Un saludo
ResponderEliminarMuchas gracias de nuevo, María Teresa. Es un placer saber que te agradan mis relatos.
EliminarTe dejo un fuerte abrazo
Me recordó a un relato sobre el alzheimer que tengo, este más turbio y mejor escrito que el mio. Me ha gustado mucho. Un saludo Tony
ResponderEliminarMuchas gracias. Me gustaría leer el tuyo, trataré de encontrarlo.
EliminarUn abrazo y bienvenido.