viernes, 30 de agosto de 2013

La deuda pendiente

     Llego del trabajo. Está amaneciendo después de un largo turno de noche. Tengo el cuerpo dolorido por todas partes y mis ojos se resisten a realizar su cometido. Se quejan con tremendos picores y emborronan mi visión. Mis párpados pesan toneladas y cada vez que se derrumban me cuesta dios y ayuda subirlos, además, esos dolorosos ascensos se acompañan con tremendos picores como si miles de afiladas cuchillas revistiesen los mismos desde dentro.
     Estoy frente a la puerta de mi piso, por fin. Antes de entrar, pienso. Si las zapatillas de mi mujer están ante la puerta de la habitación de la pequeña, entonces dormiré solo lo que queda de noche. Esa es la señal de que ella está dentro, cuidándola. Siempre hace lo mismo cuando la llama repetidas veces en medio de la noche. 
     Introduzco la llave y entro, despacio, sin hacer ni el más mínimo ruido, al más puro estilo Tedax, como si la entrada estuviese plagada de miles de minas antipersona. Paseo la mirada por el suelo en busca de aquellas pequeñas zapatillas, alumbrando con la leve luz de la pantalla de mi teléfono. Así es, ahí están, han debido pasar mala noche.

domingo, 25 de agosto de 2013

La final


—Que se arrime un poco más al borde de la cama.
—Ya lo intento pero no llego.
—Estire un poco más la mano hombre, que ya casi llega.
— ¿Que no ve que no alcanzo?, ¿está usted ciego?
—Ciego no, escayolado entero y usted tiene esa mano libre. ¡Venga hombre!, esfuércese un poco más que nos lo vamos a perder...
— ¡Dios mío!, maldita la hora en la que le recordado a usted que hoy había partido. Ojalá hubiera estado callado.
—No sea así hombre, concéntrese, ya verá como lo consigue, casi lo está rozando con los dedos. Si aprieta ese botón, vendrá la enfermera y nos encenderá la televisión.




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Te acordarás de mí


     Ordenaron colocarle una venda en los ojos. Las manos bien atadas a la espalda y los pies sujetos a las patas de la silla en la que estaba sentado. No podía moverse, no había escapatoria, el momento se acercaba...
     Una gota de sudor recorrió su frente, resbalando por su mejilla hasta precipitarse al vacío desde su barbilla. Un sordo estallido retumbó en sus oídos y le hizo dar un sobresalto. Algo salió despedido a toda velocidad y rebotó en el techo de la habitación.
     Entonces sonó la música y los gritos de todos estallaron al unísono cuando se abrió la puerta y la striper entró en escena...





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Te acordarás de mí por Tony A. Fabeiro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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