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lunes, 23 de septiembre de 2013

A Débeda Pendente

     Chego do traballo. Comeza a raia-lo día despois dunha longa quenda de noite. Teño o corpo tan feito po que xa case nin me teño de pé, hoxe tivemos unha desas longas xornadas que acaban con un. Os meus ollos rexeitan do seu, quéixanse con tremendas picazóns e emborronan a miña vista. As miñas pálpebras pesan toneladas e cada vez que se derruban cústame un ceo subilas. Ademáis, eses dolorosos ascensos acompáñanse dunha tremenda rañeira como se milleiros de afiadas fouces os resvestisen por dentro. 
    Estou ó carón da porta do meu piso, diante da porta, por fin. Antes de entrar, penso. Se as zapatillas da miña muller están diante da porta do cuarto da pequena, entón durmirei só o que lle queda á noite. Ese é o sinal de que ela está dentro, coidándoa. Sempre fai o mesmo cando a chama repetidas veces no medio da noite.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Sorteo

     Hola de nuevo a todos.
     Hoy os traigo una oportunidad que podéis dejar escapar. Nuestra compañera Cristina Fochs, realiza estos días un sorteo de dos ejemplares de Camino a Casa desde su fantástico blog de reseñas de literatura. Podéis acceder desde aquí. Allí tenéis las bases.
     ¡Mucha suerte a todos!


Un abrazo

Tony A. Fabeiro


viernes, 13 de septiembre de 2013

Reseñas de Camino a Casa


     En ésta página encontraréis las reseñas que van publicando sobre mi libro "Camino a Casa" para que tengáis una opinión externa sobre la obra.

Espero que os guste y que os animéis a comprarla.

Un fuerte abrazo a todos y muchas gracias a los que ya habéis colaborado en el proyecto.

Tony A. Fabeiro





Tony A. Fabeiro

martes, 10 de septiembre de 2013

La deuda pendiente (2ª parte)


     Mi mente empieza un frenético recorrido por todos sus rincones intentado aclarar aquel suceso. No recuerdo nada que me haya pasado ni recientemente ni a largo plazo como para tener que rendir cuentas de este modo. Que te asalte alguien en tu casa en medio de la noche no es plato de buen gusto para nadie. Entonces me dirijo a mi agresor, en voz baja, asustado, pero intentando parecer tranquilo:
      —No recuerdo deberle nada a nadie. No entiendo el porqué de éste asalto, en mi propia casa.
   —Ah, no recuerdas, claro —pude oír aquella estridente voz polifónica con cierto tono de sarcasmo—, es uno de los efectos secundarios… dijo casi canturreando y con aire burlón.
     —Perdone —le digo poniéndome serio—. Lo más probable es que ésto sea un mal entendido. Si me permite presentarme y usted se muestra y hace lo mismo, podríamos aclararlo todo, estoy seguro.

     Se mantiene en silencio durante unos segundos que se me hacen eternos, noto que se acerca a mí en medio de la inquebrantable oscuridad. Siento su sinuoso desplazamiento cortando el cargado aire que encharca mis pulmones, ahogándome poco a poco con cada bocanada que doy. Su respiración rebota sobre mi mejilla y no puedo evitar que un tremendo escalofrío recorra mi cuerpo de abajo a arriba, me hace flaquear. Mis rodillas tiemblan y se debilitan, están a punto de dejar caer desplomado todo mi peso al suelo. Aquello me ocasiona un leve mareo, aunque no veo nada parece que todo me da vueltas. Mi respiración se entrecorta y aquella sensación provoca que el apurado e improvisado desayuno que me acababa de tomar empiece a trepar por las paredes de mi estómago.
     —Yo no tengo nada que aclarar, ¡recuerda tu deuda! —oigo en mi oído al mismo tiempo de que el pútrido aliento de aquel desconocido entra por mis fosas nasales y me provoca una náusea. En aquel momento sin tener tiempo de sobreponerme ni de responder para aclarar aquel más que evidente mal entendido, noto como mis pies pierden el contacto con el suelo. Como si las baldosas del pasillo desaparecieran de debajo de ellos.
     Ahora mi cuerpo está suspendido en el aire pero no caigo a ninguna parte, mi brazo sigue estando fuertemente sujeto y me hace mucho daño. No puedo evitar dar un gemido, aquel pellizco que estrangula mi antebrazo soportando todo mi peso se hace insoportable. Muevo los pies tanteando, buscando apoyo y descanso pero no toco el suelo por ninguna parte, solo hay vacío. Empiezo a temer por mi vida, siento que si me suelta la caída será mortal.
      —No por favor —le digo desesperado, algo en mi interior me dice que no le temblará la mano para dejarme caer—. No me suelte, déjeme aclararlo. Le daré lo que quiera, se lo prometo.
     —Jajaja —oigo a lo lejos como si mi cuerpo estuviese metido en un profundo agujero, a mucha distancia de él—, tú siempre haciendo promesas. Promesas y más promesas... ¿Piensas que te corresponde otra oportunidad?
     —Pero… no sé a qué diablos se refiere. Espere un moment…
     En aquel momento mi voz se paraliza al sentir un tremendo calor que alcanza mis pies desde abajo. Mi cuerpo está suspendido, en peso muerto sobre un oscuro vacío, únicamente sujeto de un brazo. Miro hacia abajo y muy a lo lejos veo un leve resplandor que a medida que pasan los segundos se va haciendo más y más nítido. De fondo puedo oír unos sobrecogedores susurros que parece que están a la espera de que mi cuerpo caiga por aquel abismo y aterrice para quedar a merced de sus horrorosos caprichos. Vuelvo a estremecerme como nunca lo había hecho en mi vida, siento pánico de aquella luz, de los susurros, de la caída. No entiendo nada, no recuerdo nada, necesito tiempo para pensar pero aquel sujeto parece no estar dispuesto a darme ni un segundo más, quiere cobrar su deuda, una deuda que no recuerdo haber adquirido, una deuda que no sé cómo saldar. 
     Noto como el agarre sobre mi antebrazo pierde fuerza, deja de dolerme, dejo de sentirlo. Por mi estómago asciende ahora mi desayuno para salir expulsado por mi boca. Aquel profundo cosquilleo escala rápidamente por mi pecho. Aprieto fuertemente los dientes para evitarlo, tan fuerte que parece que van a quebrarse en cualquier momento. A los pocos segundos me doy cuenta de que ya ha empezado el inminente descenso hacia aquel resplandor rojizo. Miro hacia abajo y lo veo cada vez más cerca, noto más calor... Cierro los ojos y los aprieto fuertemente como si con aquello pudiese detener lo inevitable...