miércoles, 24 de octubre de 2012

La Cabaña

      Abrí los ojos, no sabía dónde estaba. Me sentía totalmente desorientado. Notaba el frío de aquel duro suelo en mi espalda y un terrible dolor por todo mi cuerpo. Miré fijamente en medio de la oscuridad para tratar de situarme, pero no fui capaz de saber ni dónde estaba ni qué hacía allí. Permanecí, no sé cuánto tiempo, intentando despejar las nubosidades que enturbiaban mi visión y que poco a poco, lenta y vagamente fueron desapareciendo. Pude distinguir al cabo de un momento, en medio de la penumbra, una gran cantidad de luces que se abrían ante mi, allá a lo lejos, centelleando felizmente a una distancia imposible de imaginar. Eran las hermosas estrellas de una noche clara y despejada. Hacía muchos años que no las veía así. Recordé cuando de pequeño íbamos al campo a visitar a mi abuela. A mi me gustaba quedarme a ver las estrellas desde la puerta de su casa. Desde allí, se podían distinguir perfectamente las constelaciones, cosa que en la ciudad no era posible. Aquello me encantaba y me gustó mucho aquel recuerdo. Me alegré y mi rostro trató de sonreír, lo cual me trajo de nuevo al presente. Nada más mover un músculo de mi cara, un fuerte dolor se apoderó de mi ser. Aquel dolor recorría mis mandíbulas hasta envolverme el cráneo totalmente. Me quedé paralizado... No sabía cual era el motivo de tan grande desgracia y en aquellos momentos el dolor no me permitía pensar con claridad. Estuve inmóvil un tiempo, no sé cuánto, respirando lo justo, lentamente, dado a que así parecía que el dolor remitía. Iba cesando, lentamente, me relajé, cerré los ojos y perdí el conocimiento...
 

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